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PARADOJAS DEL APOYO
Por Javier Carlo
Foto de: Alberto Uc.
Fecha de publicación: 23 de marzo de 2013
Mientras que las generaciones de adultos jóvenes han sido educadas bajo el paradigma de la competencia mal entendida, esto es, con altos niveles de individualismo, rivalidad y superioridad, privilegiando la conquista y el mérito propio casi a cualquier costo; las generaciones recientes no sólo han heredado los vicios de la disputa como una forma de sobresalir en todo ámbito, sino que han resentido la experimentación de nuevas formas de educar, lo que ha mermado tanto la calidad de la información recibida, como aquellos valores que nos hicieron generaciones sólidas, por ejemplo, la disciplina, la honestidad y el coraje.
Es en este escenario que ahora las instituciones habrían de impulsar un cambio de paradigma, de la competencia a la colaboración, en el entendido de que todos formamos parte de los objetivos, los logros y los beneficios obtenidos, al ser una comunidad. Un propósito que –en efecto– se viene trabajando de unos años a la fecha, y sin embargo, no ha sido fácil sacar adelante, pues no se trata sólo de enseñar, sino de asumir el nuevo paradigma desde las entrañas sociales.
La colaboración, a su vez, implica otros preceptos con los que, como sociedad, no estamos familiarizados, no porque no los entendamos, sino porque no sabemos ejercerlos al cien por ciento, algunos tan trillados como la responsabilidad, el compromiso y el apoyo; este último, en el cual he de centrarme.
Al igual que ocurre con una cuerda, el apoyo es el complemento de la colaboración, y a menos de que ambos conceptos se entiendan y se asuman, la función colaborativa se llevará a cabo, de lo contrario, cualquier intención será sólo un esfuerzo inútil. Por una parte, colaborar implica infundir energía y talento a aquello que se realiza; por la otra, apoyar se trata de proveer de ánimo y recursos a los miembros que intervienen en la tarea. Así, estas dos nociones encuentran firmeza en el hecho de compartir, de tal forma que siempre conviene explorar sinergias a nivel del propósito y de quiénes lo llevan a cabo, y cómo se articulan.
Pero en tanto que esta distinción entre colaboración y apoyo no siempre es evidente, ni queda clara, tampoco se sabe llevar dichos conceptos a la práctica. Si no hemos aprendido a colaborar (y nos cuesta trabajo hacerlo), mucho menos hemos aprendido a solicitar apoyo, situación que desde mi punto de vista, resulta más grave, puesto que se trata de reconocer las capacidades propias y de cómo activarlas y/o enriquecerlas a través del contacto con otros, lo que podría beneficiar a ambas partes. Muchas veces se trata de una simple petición y no, no sabemos cómo hacerla, echando en saco roto muchas posibles sinergias.
Al respecto, considero que el hecho de pedir apoyo o no, obedece a una de las siguientes paradojas, las cuales comparto brevemente con ustedes.
1. Se requiere el apoyo, pero no se solicita o no se acepta. En este caso, la persona o el grupo reconoce sus capacidades y cómo podría encausarlas en un propósito, incluso, sabe el tipo de apoyo que le hace falta, sin embargo, no lo externa, ni lo solicita, esto debido a prejuicios como ‘el qué dirán’, la falta de humildad o el orgullo; o porque no sabe cómo comunicarlo y cree que no podrá hacerlo.
En el peor de los escenarios, el apoyo se brinda, pero no se acepta, pues se ve como una desventaja para quien lo recibe, o se asocia con una especie de ‘deuda’ que más adelante será cobrada.
2. El apoyo es solicitado y pese a estar disponible, no se brinda. En contraparte al caso anterior, el apoyo se encuentra supeditado a una posición jerárquica, ocupada por la persona o el grupo que posee los recursos, o bien, los administra. Y pese a que este ‘facilitador’ reconoce la importancia de echar a andar el propósito, niega el apoyo por temor a perder autoridad, a empoderar de más al favorecido, o por considerar que este último no se ha congraciado lo suficiente para merecer el recurso solicitado; o simplemente, porque según su percepción, al facilitador le costó más obtener el mismo recurso, sino uno similar.
En la mayoría de estos casos, cabe señalar, existe un alto grado de desinformación, mismo que se agrava con una mala comprensión del concepto de competitividad por parte del facilitador, quien no pocas veces raya en la negligencia y el nepotismo.
3. Las partes reconocen los beneficios del apoyo, pero son incapaces de hacer sinergia. Si bien los involucrados cuentan con la energía y los recursos para apoyarse mutuamente en un propósito, el paradigma de la competencia mal entendida pesa más que su ánimo y la confianza de coadyuvar de forma sana, y entonces prefieren seguir rivalizando.
Culturalmente, no han aprendido a sumar esfuerzos para alcanzar los objetivos y sacar el máximo provecho de sus relaciones, o en caso contrario, no han sabido dejar prácticas tales como ‘aprovecharse del otro’, ‘sentirse en desventaja’, abusar de la información o reservársela, así como condicionar y/o restringir los recursos, incluso las acciones; en tanto que el apoyo aún se ve como una moneda de cambio. Situación que a modo de círculo vicioso, deriva de los prejuicios y los malos hábitos de nuestra sociedad, y de nueva cuenta repercute en ella. Esto no sólo a nivel de los grupos nucleares (familia, amigos, trabajo, por citar algunos), sino de las redes sociales y por supuesto, de las redes de apoyo que habrían de recorrerla.
Lamentablemente la verdad es esta: no sabemos apoyarnos y aunque consideráramos hacerlo, no somos lo suficientemente maduros para vencer los viejos paradigmas, prejuicios y resentimientos que como sociedad venimos arrastrando. Tal parece que nos gusta complicarnos la vida y hasta caer en el drama, esto es, seguir formando parte de los asegunes de la rivalidad, lo cual, a estas alturas, nos ha traído a un callejón sin salida.
Entonces me pregunto, ¿cuándo generacionalmente seremos capaces de transitar hacia esa etapa de la colaboración? ¿Acaso alguien me secunda?
__________________
JAVIER CARLO. Maestro en Administración de Tecnologías de Información por parte del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), México, y Maestro en Comunicación por parte de la Universidad Internacional de Andalucía (UIA), España. Licenciado en Ciencias de la Comunicación egresado del ITESM; cuenta con estudios sobre publicidad, desarrollo de proyectos, psicología social y antropología de las organizaciones.
Estratega en comunicación y catedrático. Su experiencia profesional abarca el desarrollo de proyectos de comunicación –contenidos y producción– y el marketing para medios; así como el diseño de programas educativos a nivel superior y la docencia.
Actualmente es colaborador de la ‘Revista PYME’ (México), de la Universidad Anáhuac (México Norte) y gestor de proyectos de comunicación.
Contacto:
jcarlomena@gmail.com
facebook: Javier Carlo
twitter: @javocarlo
Linked in: /javiercarlo
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